Continúan las memorias, la nostalgia, inevitable recordar hechos que son parte de lo que me tocó vivir, observar y aprender en mi niñez y temprana adolescencia relacionadas con la persona de Roberto Clemente.
RESPETO – Eso fue lo que le enseñaron sus padres. Actuaba con dignidad y respetaba a los demás, también exigía respeto de los demás. No se amilanó a pesar de ser rechazado por una sociedad abiertamente racista, por ser negro, puertorriqueño y por su acento al hablar. Se mantuvo firme en sus convicciones y manera de ser. Fue un líder en el terreno de juego y en su vida civil; consistente con el lema: “las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”
DIGRESIÓN – Al fallecer dejó a su viuda, doña Vera Zabala, con tres niños pequeños. Ella no solo honró la memoria de su esposo, sino que crio a sus tres hijos y los acompañó hasta su muerte. Conozco de cerca esa heroica situación, pues algo parecido pasó en mi hogar al fallecer prematuramente mi madre, dejando a tres hijos pequeños al cuidado de su esposo; mi padre Monchile Concepción, que como doña Verá exhibió un temple y tenacidad digna de admirar.
A Roberto nunca se le fueron los humos a la cabeza y aunque ya era una Estrella mantenía la relación con mi papá. Cuando regresaba de Pittsburgh se hablaban (por teléfono), concurrimos algunas fiestas familiares y luego recibimos la invitación a su boda (a la cual asistimos). La fidelidad y la gratitud eran dones que él poseía. A la vista está que al momento del fallecimiento de su mentor dijo presente y nos acompañó al camposanto.
Termino evocando las palabras de Juan 13-24 que representan la humanidad de este superdotado. “Nadie tiene mayor AMOR que este que da la vida por sus amigos”. AMÉN.