Recordando a «Momen, el de casa»

Monchile Concepción felicita a Roberto Clemente luego de este conectar un jonrón en la temporada 1952-53.

En la mañana del ayer, jueves 14 de septiembre, agarré el periódico Nuevo Día y como todos los deportistas comencé a leer primero la sección de Deportes. Al leer el artículo sobre la Exposición 3,000 en las inmediaciones del PNC Park y las expresiones del Sr. Bob Nutting, dueño de los Piratas de Pittsburgh, consiguieron humedecer mis pupilas al recordar a «Momen, el de casa» como le decía mi padre, Monchile Concepción, su mentor al referirse a él.

Tuve un sentimiento de cercanía que me hizo recrear en mi memoria algunas instancias personales. «Yo sabía que iba a ser grande, pero no tan grande», refiriéndose a Clemente. Fueron las últimas palabras que me dijo mi padre antes de fallecer. Esto se lo conté a Momen en la funeraria.

Todo lo que hizo es sumamente importante, sin embargo, mi memoria se movió a sus días de formación y los míos, cuando era simplemente Momen. Desde adolescente era serio, intolerante ante cosas de mal gusto, exigente con los demás y con el mismo, y agradecido (solventó las exequias de su mentor, Monchile Concepción, discretamente).

Juan Pizarro, Roberto Clemente, Monchile Concepción y José Antonio Pagán en el Estadio Hiram Bithorn.

Su trato conmigo fue de hermano mayor. Cuando le conocí tenía diecisiete años (me llevaba nueve) y siempre me trató así. Aun de grande me veía como aquel niño que visitaba su casa con mi padre que pretendía que don Melchor aprobara la firma de Momen con Santurce, mientras para no aburrirse, él se hacía tiradas conmigo en el patio de la casa.

Tenía una dignidad a toda prueba, en una ocasión el anotador del partido marcó como pifia un batazo que él juzgó, había sido un incogible.  Al finalizar el juego confrontó al anotador y encarándole le dijo «usted no quiere que yo triunfe».

Una tarde víspera de Nochebuena nos encontrábamos en una fiesta en casa de la familia Clemente, él se acercó a buscar un refresco a la barra improvisada que había en el patio y me encontró con un cubalibre en la mano y delante de mi prometida me reprendió diciéndome «¿Y usted bebe?» Entonces yo tenía 21 años. Así de estricto era. Su disciplina era sin parangón, pero se dejaba querer, así con lo jodón que era.

Le agradezco su trato y siempre lo recordaré con el mismo afecto que brindó a toda mi familia. Su pasión por todo lo que hacía, su dignidad y su disciplina resumen su idiosincrasia, la que a su vez marcó el derrotero de su vida.

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